domingo, 22 de junio de 2008

PALABRAS NÓMADAS

M. Fernanda G.M.

Los sistemas democráticos se sustentan en la opinión pública pero ¿sabemos cómo se genera esa opinión?

La manipulación ejercida a través de información sectaria nos hace creer que vivimos en una sociedad libre, cuando en realidad conformamos una ciudadanía en muchos aspectos infantilizada. Esto viene muy bien cuando se quiere lograr el adecuado estado de sumisión que permite aceptar lo que hay de manera poco crítica, a la vez que tolerar las desigualdades, las carencias y los despilfarros sin contradicciones.

Pero estos procesos, que no se generan espontáneamente y esconden tras de sí voluntades concretas, tienen lugar gracias a que las palabras, además de ser símbolos cuya tarea primordial es nombrar las cosas, tienen la cualidad de ser fácilmente manipulables.

Las palabras son nómadas, es decir, pueden estar aquí o allá y según el lugar en que las emplacemos definen una cosa u otra. Gozan de un extraordinario poder para crear injusticia, colonizando el pensamiento de la gente, difuminando los hechos y escondiendo los matices. A la hora de dar una noticia, pongamos sobre una posible reforma constitucional en Venezuela o una incursión del ejército israelí en Gaza, la elección de términos como “dictador vitalicio”, “oligarca de por vida” o bien “”territorios en disputa” o “terroristas eliminados preventivamente” da una pista acerca de la postura que se adopta ante ella. De esta manera, la noticia se ve contaminada por el punto de vista que adopta el informador. En contraposición, el uso de “presidente elegido democráticamente” o “palestinos muertos por las tropas de ocupación israelíes” supone un entorno ideológico diametralmente opuesto.

En las democracias, los medios de comunicación deberían desarrollarse como un método de corrección de los errores que pueda cometer el poder, algo en la línea de “la voz de los sin voz” de los zapatistas. Burke definió el llamado “cuarto poder” como aquél opuesto al estado y sus grupos de interés, un contrapoder que aglutina tanto a la buena como a la mala prensa, a los medios independientes que retratan la realidad más cruda haciendo avanzar pensamiento y libertades tanto como a los que actúan de acuerdo a las reglas comerciales del capitalismo.

Información, comunicación y cultura se comportan como una unidad en manos de empresarios extremadamente influyentes. Para estos grupos la información es poder aunque la cultura sea peligro de muerte para ese poder. La independencia informativa desaparece pero el fenómeno se diluye en la avalancha y probarlo no resulta nada fácil, ocurre como con el diablo; su mayor logro, decía mi abuela, es haber sido capaz de convencernos de que no existe.

Las soluciones al tema no parece que sean fáciles y además tenemos demasiados motivos para la reflexión. En primer lugar la información veraz y objetiva es un derecho, independientemente de que la ciudadanía lo reclame o no, por eso, aparcando a un lado el nomadismo y la versatilidad de las palabras, tendremos que imaginar un punto de encuentro en el intercambio de información a escala planetaria que se nos presenta porque, probablemente, la clave de la solución pasa por la pluralidad. Aquellos medios capaces de reflejar enfoques y puntos de vista diferentes que lleguen a confluir en una misma realidad serán los que más se acerquen a la objetividad. Y cuando se habla de pluralidad se hace imposible obviar el fenómeno que ha supuesto Internet en el mundo de la comunicación.

Quince años ha cumplido la red de redes en nuestro país y podemos afirmar que ha supuesto una auténtica revolución en el mundo de la información, si bien es cierto que los avances tecnológicos alcanzados no se circunscriben al fenómeno Internet. El marco en el que se encuadran engloba tanto a la telefonía móvil como a la nueva percepción que tenemos de la imagen y el sonido. Por poner un ejemplo: podemos hacer una fotografía con un teléfono móvil y enviarla al otro lado del mundo en cuestión de segundos con un simple clic.

Aunque seamos plenamente conscientes de la imparable ascensión de los avances ¿sabemos acaso hacia adónde nos llevará esta nueva revolución?

El aumento en la cantidad de fuentes de información no supone a priori una mayor pluralidad y sí un enorme riesgo de acabar en un océano de banalidades, sepultando el tan necesario espíritu crítico.

El intercambio casi infinito de todo tipo de información entre los millones de personas anónimas que convergen en la red genera tendencias, cultura y finalmente opinión.

Y de nuevo, ahora, nos encontramos cara a cara con las palabras y su vida secreta, con esa capacidad que tienen para disfrazar los hechos y esconder las realidades. ¿Habremos estado caminando en círculos desde el inicio de este artículo? No lo creo; si entendemos la opinión pública como un conjunto de opiniones individuales sobre asuntos colectivos, si convenimos en que lo que se nos ofrece no son certidumbres 100% verdaderas ni mentiras como catedrales, si admitimos que la posibilidad de elección minimiza el riesgo de manipulaciones y si nos resistimos a la implantación interesada de ideas y al miedo al aislamiento que las opiniones minoritarias conllevan, vamos por buen camino.

Eso sí, siempre que no perdamos de vista que todo esto no son sino 871 palabras nómadas en busca de un pensamiento que colonizar.

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