sábado, 8 de diciembre de 2007

EL ENTE: ACOSO Y DERRIBO

M. Fernanda G.M.

En el año 1956, desde los estudios del paseo de la Habana, en Madrid, se emitió la primera señal de TV. En Canarias tendríamos que esperar 8 años, hasta febrero de 1964, para poder retransmitir desde la Casa del Marino, en Las Palmas.
El fenómeno de la televisión inicia así su proceso de expansión, quedando consolidado en pocos años como uno de los más poderosos medios de comunicación de masas.
La televisión contribuye a reflejar la doctrina del régimen de Franco, al estar férreamente sometida al control político del Movimiento.
Desde finales de los 60 hasta la muerte del dictador la televisión oficial combina producciones de notable calidad, reconocidas y galardonadas a nivel internacional, con tímidos esbozos aperturistas y bodrios al rancio gusto franquista.
Ello la mantiene alejada del modelo de televisión imperante en Europa, en donde, a diferencia de los Estados Unidos, se concibe a la televisión como un servicio público, lo bastante influyente en la sociedad como para no ser dejado en manos de las empresas privadas.
La transición política y la llegada de la democracia a España se sirven de la televisión imitando la relación anteriormente mantenida entre el ente público y una audiencia no reconocida en absoluto como ciudadanía, perpetuando el modelo televisivo como una continuación del discurso gubernamental.
La llegada del PSOE al poder en los años 80 despeja el camino hacia la descentralización con la aparición de nuevos canales y favoreciendo el surgimiento de los operadores privados.
Se crean las primeras televisiones autonómicas, que lejos de enfocar sus programaciones hacia la innovación y tratar de buscar puntos de encuentro entre el servicio público y la conciencia ciudadana, se limitan a plagiar los contenidos y los modelos de gestión desastrosos de la anterior etapa.
La distancia entre los medios de comunicación estatales y “un buen servicio público” se hace cada vez mayor.
Con la llegada al gobierno de la derecha, en 1996, las cosas empeoran.
Una dependencia total hacia el gobierno del Partido Popular (¿se acuerdan de Alfredo Urdázi?) junto a la más absoluta ruina financiera serán las dos características de este periodo.
La necesidad de replantear, desde las bases, el maltratado espacio público es más apremiante que nunca.
¿Cómo hemos llegado a esto?
No, no es el destino; destino es el nombre que damos a los malos hábitos cuando somos incapaces de cambiarlos.
Varias son las líneas a seguir, aunque la libertad a la hora de programar es la mayor garantía de calidad de la televisión.
Paralelamente, la política y el mercado, con sus exigencias, van asfixiando los derechos ciudadanos.
Las doctrinas neoliberales afirman que el mejor espacio público es el que no existe, lo que nos lleva a la pregunta:
¿Qué es lo que la sociedad del siglo XXI debe exigir a cualquier medio de comunicación?
El concepto de espacio público audiovisual queda camuflado entre las muy diversas maneras de concebir la sociedad y la democracia; el propio porcentaje de espacio público exigible a una sociedad progresista y democrática pasa por lo que cada cual entendamos como democracia.
Que la televisión influye en la gente está claro, lo inadmisible es que la televisión “se proponga” influir en la gente.
No queremos una televisión que explote las ilusiones y sentimientos de las personas buscando reforzar los valores capitalistas en las ansias de ser famosos o millonarios.
Más arriba se mencionaba un concepto clave: los servicios públicos están fuera de las reglas del mercado.
No pueden ser abandonados tampoco a la merced de las empresas privadas, pero ¿sería viable reunir en un único modelo las ventajas de la televisión pública y las de la privada?
Aunar independencia económica y vocación de servicio a la sociedad con creatividad e innovación podría disminuir los inconvenientes y sumar las cualidades.
¿Revolución? ¿Utopía?
Hay revoluciones que dibujan una espiral, es decir, aunque parezca que bajamos en realidad lo que hacemos es subir, enriqueciéndonos como ciudadanos y ganando terreno hacia la utopía de una sociedad integradora, sin exclusiones.Y, en fin, ya que se habla de utopía, ¿no es acaso la utopía una verdad prematura?

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