sábado, 26 de enero de 2008

ENERO, MES INTERNACIONAL DE LA PAZ

Luis Pérez Aguado


A NUESTRO MUNDO LE DUELE LA CABEZA

El mes de enero es considerado el mes de la paz por numerosos organismos nacionales e internacionales.

Una de las principales razones de esta elección es que el treinta de enero se cumple el aniversario del asesinato de Mahatma Gandhi, uno de los más grandes pacifistas de todos los tiempos.

La idea de esta conmemoración gira en torno a los aspectos más universales de su filosofía: el desarrollo del espíritu de amor universal, la no violencia y la paz

CREYENTES, PERO NO PRACTICANTES

Estamos por la paz y el desarme, pero nos gustan las películas violentas; nos horroriza la muerte, pero consumimos morbosamente las noticias donde corre la sangre; no somos violentos, pero preferimos los castigos ejemplares para controlar el comportamiento del otro; no somos vengativos, pero no olvidamos; somos éticos y ecuánimes, pero nos parece que el fin justifica los medios; defendemos la vida, pero nos gusta apedrear a un gato; estamos por el progreso, pero el nuestro; somos respetuosos con nuestros vecinos, pero arrojamos la basura en cualquier sitio; somos partidarios de la igualdad, pero atropellamos a los demás para conseguir un puesto de mayor prestigio en la sociedad; propiciamos el diálogo, pero jugamos con la baza de la intimidación; estamos con el respeto al cuerpo, pero nos atiborramos de productos tóxicos; exigimos justicia distributiva, pero procuramos eludir los impuestos… eso sí, no matamos a nadie y, a lo sumo tenemos una pistola de juguete.

ROSTROS SIN SONRISA

Los humanos parece que no tienen tiempo de amarse. Hay odio, rencores, luchas… todo se redime a través de las trincheras, de las bombas. Falta la paz, la concordia, el entendimiento entre los individuos, entre las clases sociales y los pueblos.

Es ciertamente muy cómodo hablar de violencia sentados tranquilamente. Pero hay un aspecto de la violencia que vence todas las vergüenzas: los niños, los muchachos y muchachas arrojados de bruces sobre la realidad que le es tan próxima: la guerra.

Niños solos. Terriblemente solos. Con su llanto, su hambre y su ausencia de familia. Unos rostros sin sonrisas, despertados tempranamente de sus sueños. Seres que solo tendrían que pensar en hacer gimnasia o en correr tras un balón. En muchas partes de nuestro mundo ya no hay niños ni niñas. Sólo hombres y mujeres de tres o seis años porque en su corto tiempo de vida sólo han visto miedo y dolor, enfermedad y hambre.

Niños a los que manipulan su idealismo. Niños que son reclutados, entrenados, aleccionados y obligados a matar.

Muchos pueblos arrasados. Muchas tumbas anónimas y, entre los escombros, unos ojos grandes, enormemente tristes, espantados, ojos de seres inocentes, ojos de miles de pequeños que no han tenido infancia, ni muñecas, ni balones. Niños, niñas que siguen sin sonrisa. Y un niño que no sonríe, no es un niño.

Eso es lo terrible: hacer desaparecer la sonrisa de un niño

Este es el panorama que ofrece nuestro mundo. Un mundo que, en medio del resplandor de la técnica y de la ciencia, no ha sabido encontrar el camino de su pacificación. Y es que en un mundo que también se caracteriza `por la falta de confianza y diálogo, no es de extrañar que la carrera armamentista fomente las guerras actuales y sirva a la violencia y a la integridad territorial de los pequeños estados y a la ambición desmesurada de los grandes.

Los encarcelamientos políticos o la censura previa son perfectamente inidentificables como atentados a los derechos humanos. Sin embargo, se disculpa mucho más fácilmente la carrera armamentista. Es una actividad callada y pasada por alto por casi la totalidad de los gobiernos, en especial, por los más responsables de esta ciega carrera. Y no nos debe extrañar este silencio si observamos que casi todos están involucrados, como fabricantes unos y como compradores otros, en uno de los más fabulosos negocios del mundo.

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