Septiembre es el mes de los replanteamientos. Un nuevo curso escolar se abre interrogante. Y, como todo nuevo curso, una mirada que se proyecta sobre lo desconocido. Mil pequeños factores vendrán dados por imponderables que escapan a nuestras previsiones. Sin embargo, hay algo que, por lo frecuente, ha dejado de sorprendernos. Son los despistes de la máquina burocrática y los desaciertos que, además de añadir confusión, vienen a demostrar, una vez más, que la política educativa en esta comunidad ha dejado de ser una prioridad hace ya tiempo.
Los recientes datos que reflejan que en Canarias hay 53.000 personas que no saben leer ni escribir, es un testimonio fehaciente de que algo está fallando. De esos canarios, 3.000 están comprendidos en edades que oscilan entre los dieciséis y los treinta y un años. Claro ejemplo de que existe fracaso político en Educación. Como de costumbre, aquí nadie asume la culpa de nada. Si acaso, y en eso si son expertos, le cargarán el muerto y el fracaso de todo el sistema educativo al docente. Lo triste del caso es que estos datos siquiera sirven de reflexión a los “mandamases” educativos. Probablemente, esto sea así porque ni ellos mismos conocen la realidad de los centros escolares, aunque también pudiera ser que fuera porque en ese porcentaje esté incluido alguno de nuestros “ilustrados” responsables políticos, única forma de entender esta apatía y el poco interés por corregir el sistema. Pero eso es lo normal en los tiempos que corren. Por lo visto, los únicos que saben lo que se necesita en las aulas son los que jamás han pisado un aula. Por la misma razón que los únicos que saben cómo se enseña Geografía, Historia, Lengua o Matemáticas son los que no saben ni Geografía, Historia, Lengua o Matemáticas. Ahora, eso sí, son expertos pedagogos, coordinadores de no sé qué y presidentes de no sé cuantas cosas.
Veamos como funciona la cosa con un ejemplo real y fácilmente demostrable. Desarrollo mi labor docente en un instituto de esta comunidad. Tengo asignada una tutoría sobrecargada de alumnos (nada nuevo bajo el sol) de segundo curso de la ESO. En ella sólo cinco niños tienen todas las materias aprobadas del curso anterior (lo que antaño sería un caso atípico hoy, por mor de una ley absurda, se ha convertido en lo habitual). El resto de alumnos y alumnas de la clase se reparte entre repetidores y niños y niñas con asignaturas pendientes, de los que trece tienen entre cinco y ocho asignaturas (cosas de la edad, dicen, ya que la norma obliga a pasar al alumno al llegar a la edad que tienen ahora). Para llorar.
Pues, los “expertos” que no producen nada, tienen la desfachatez de cargarles el mochuelo a los profesores y atribuirles a ellos la exclusiva responsabilidad de su acción educadora. No cuentan con que muchos de los comportamientos violentos que se producen en el aula tengan que ver con las condiciones en las que se enseña. Alumnos con falta de interés que están encerrados en un aula escuchando cosas que no entienden ni les interesa y que su única aspiración es molestar en clase porque no se les da otra opción y se aburren.
Hay que hacer milagros para, desde la precariedad, atender adecuadamente la diversidad de estos alumnos con una clase numerosa, con esta maravillosa mezcla de alumnos con nulos hábitos de estudio, dificultades de base, disruptores (lo que en “términos cariñosos” nuestros humoristas Piedra Pómez llamarían niños “desinquietos”) o con necesidades educativas especiales, para los que nadie nos preparó, pero a los que les daremos una enseñanza de “calidad” simplemente porque le hacemos una adaptación curricular individualizada, un ACI (perdón, ahora, han descubierto el remedio a todas los problemas, y para demostrar lo mucho que trabajan –quise decir, “para que trabajen los demás”- le cambian o amplían la terminología y ahora se les llama NEAE, NEE, ECOPHE, ACUS...¡Qué cosas! ) y que serán aplicadas, tal como recoge la norma, por el profesorado de las materias correspondientes. O sea, yo. ¡Qué bonito!
Tampoco nos escaparemos de los informes justificativos posteriores, memorias y demás tareas burocráticas a los que estas eminencias educativas nos tupen. No sé si porque creen que se es mejor educador entre más burocratizado se está o porque tratan de desviar la atención del profesorado. Lo cierto es que, con tanta tarea rutinaria, reuniones inútiles y exceso burocrático los alumnos no están mejor atendidos, que es para eso para lo que hemos sido formados. Esa es mi personal visión del asunto: entre más se burocratiza al profesorado más calidad educativa se pierde. Un tiempo precioso que se podría dedicar a discutir proyectos renovadores, a buscar objetivos más acordes con las necesidades formativas del alumno, a metodologías más activas, más tiempo a los alumnos atrasados, a preparar lecciones siguiendo unas programaciones reales. En definitiva, a situar realmente el centro de la enseñanza en el alumno y no en cubrir el expediente a la Administración ni en camuflar el fracaso escolar rebajando los niveles educativos.
Como ustedes supondrán, a un monumental quebradero de cabeza me acompaña un verdadero problema de identidad, ya que no sé que es lo que soy. Elegí esta profesión para educar, pero al final, a golpe de decretos, me han convertido en administrativo, sanitario, bombero y espía, porque hasta eso es lo que hacen los profesores cuando se les asignan en las guardias funciones de seguimiento y control a los compañeros en sus ausencias o retrasos, como buenos jefes de personal de cualquier prestigiosa empresa, aunque sin esa categoría ni paga, por supuesto. ¡Faltaría más!
Con este desconcierto, frustrado, desanimado y desvalorizado, no es difícil entender la desesperanza e inhibición de algún profesor o maestro, al que se le está aumentando y exigiendo continuamente nuevas responsabilidades como si la solución a los problemas sociales los tuviera en exclusiva la escuela. Porque, lo divertido de los hijos es fabricarlos… de lo demás que se encarguen los maestros. Podemos entender que es necesaria la acogida temprana para que las familias puedan cumplir con sus obligaciones laborales. Pero, como los padres siguen teniendo problemas para conciliar su vida laboral con la familia, la responsabilidad parece que vuelve a ser de los centros educativos y no de las empresas que no flexibilizan sus horarios. Y como políticamente vende, pues serán los colegios nuevamente los que resuelvan la papeleta, como ha manifestado el propio presidente del gobierno canario.
Las familias quieren que los centros permanezcan abiertos más tiempo para tener a los niños bien cuidados. ¿Y para cuando tiene previsto abrir los colegios los sábados y los domingos? Lamentablemente, eso es lo que entienden algunos padres cuando se habla de conciliación familiar. No es para estar con sus hijos y disfrutar de ellos y con ellos. Tampoco les preocupe gran cosa cómo puedan estar hacinados sus hijos en el colegio con unos ratios de escándalo ni qué formación real están recibiendo con esa carencia de medios ni por qué los objetivos a alcanzar son cada vez más ridículos. Lo verdaderamente importante es que sus hijos –que son suyos- estén vigilados. No importa mucho cómo, pero si que estén. Porque de lo contrario, si de verdad estuvieran interesados por su educación, ya habrían sacado las uñas hace tiempo. Los “expertos y sabios” pedagogos tampoco han abierto la boca para proteger a esos niños, que tanto quieren y permanecen encerrados casi todo el día en un centro escolar. Probablemente, porque el bienestar del niño nunca ha primado sobre la voz de su amo y no es de recibo ni políticamente correcto ir en contra de los intereses del político de turno.
Por lo pronto, como no podía ser menos, yo ya me puse las pilas y, aunque no pueda arreglar el mundo, haré lo mejor que sé y pueda mi delicada tarea. No obstante, costará trabajo “disimular” las incongruencias de nuestros expertos en educación.