jueves, 29 de enero de 2009

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

Luis Pérez Aguado

Parece que la cosa seguirá hasta que lo consigan. Hace escasos meses los pensadores e ideólogos del gobierno canario consiguieron quitarnos los perritos del escudo autonómico. Hace algo más, un municipio de la isla de Tenerife pretendió, por decreto, negar el paso de Colón por la isla redonda y ya, entonces, presumíamos que no se quedaría sólo en eso. Algo que se viene confirmando, ya que un “Día” sí, y otro también vienen exigiendo que desaparezca el adjetivo Gran de la isla de Gran Canaria. Ahora, como quien no quiere la cosa, es un calendario del mismo ejecutivo canario el que pone un mapa del Archipiélago en el que no figura el adjetivo Gran. Seguramente no encontraron otro mapa.

Tampoco se van a quedar en eso, ya que hasta que consigan su objetivo no cejaran en su empeño.

Hace tiempo que el aeropuerto de la isla de Gran Canaria recibe el nombre de la propia isla. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, en los vuelos de algunos aviones se sigue anunciado a sus pasajeros la llegada al Aeropuerto de Las Palmas, con lo que se induce a pensar a quienes nos visitan que ha llegado a una isla supuestamente llamada Las Palmas, cuando en realidad lo ha hecho a Gran Canaria.

En cualquiera de las otras islas de nuestro Archipiélago –salvo en contadas ocasiones– siempre hemos oído como se aplica erróneamente el nombre de Las Palmas al referirse a Gran Canaria, con lo cual se está consiguiendo sustituir la denominación correcta de la isla por otra que no le corresponde históricamente.

En este uso inexacto –ya que Las Palmas es el nombre de la provincia, y no el de la isla– están contribuyendo de una manera escandalosa los medios de comunicación social. Es bastante frecuente oír hablar de Las Palmas y Tenerife, Cabildo de Las Palmas. Sur de Las Palmas. Llegó a Las Palmas… Y, lo curioso es que se ha ido generalizando de tal forma que ya resulta extraño oír el término correcto, e incluso, se mira con aire de desconcierto o desprecio mal disimulado cuando alguien pretende que se aplique con propiedad dicho nombre.

Es hora de que, alejados de sentimientos patrios erróneos y de falsos apasionamientos, corrijamos y evitemos que el nombre de Gran Canaria sea borrado o sustituido por otro que no le corresponde ni siquiera históricamente, ya que desde hace muchos siglos este es el nombre de la isla.

Juba, rey de la Mauritania Tingitana, educado en Roma, amigo de Octavio, envió a sus navegantes para explorar las costas de su imperio y conocer sus recursos naturales. Con la información recibida escribió una extensa obra. De esta relación perdida aprendió Plinio todo cuanto nos dice del Archipiélago en su Historia Naturalis, convirtiéndose en documento de capital importancia para la historia del conocimiento de las islas. Allí aparece ya el nombre de Canaria y se cita a sus gigantescos perros o canes como origen de tal denominación. De ahí la raíz latina del vocablo, que luego se generalizó para dar nombre a todo el Archipiélago.

Mucho más tarde, cuentan las crónicas que en el siglo XV, Jean de Bethencourt, haciendo una entrada por Arguineguín intentó conquistar la isla sin conseguirlo. Quizás para justificar su inferioridad frente a la bravura de los aborígenes canarios y en reconocimiento a su valor y fortaleza en defensa de su tierra, le añadió el adjetivo de grande. Desde entonces, será conocida como la Gran Canaria, al principio conviviendo durante cierto tiempo con el topónimo de Canarias, para, definitivamente, recibir su nominación actual - recogida en el Fuero Real de 1494 - al ir siendo plasmada en todas las cartas de navegación, en todos los mapas, en todas las geografías y, en general, en todas las referencias que se hacen del Archipiélago Canario.

En el siglo XX, se divide administrativamente el Archipiélago y se confirma en 1927 con la creación de dos provincias: La de Las Palmas formada por las islas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, y la de Santa Cruz de Tenerife, integrada por Tenerife, La Palma, El Hierro y La Gomera. De esta forma se pensó acabar con el capítulo largo y doloroso en las luchas por la capitalidad del Archipiélago.

Lo cierto es que los nombres de la isla de Gran Canaria, de la provincia de Las Palmas y de la capital de Las Palmas de Gran Canaria (aprobado este último en un pleno del Ayuntamiento siendo alcalde Diego Vega Sarmiento y ratificado, posteriormente, por el Ministerio de la Gobernación para evitar las continuas equivocaciones que se venían dando con la isla de La Palma y Palma de Mallorca) responden a una legitimidad histórica y como tal deben ser aplicados.

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